martes, 28 de abril de 2009

Hay lugares... (1)


En un sueño, casi todo es prestado. Supongamos que en el vestíbulo del hotel, un desconocido se interpone entre tú y la locomotora fractal de las 9:15 (que BAJO NINGÚN CONCEPTO debes perder), dándote codazos mientras te comenta que el Duque de Wellington, afincado en el último tomo de la Enciclopedia Brittanica, ha declarado la guerra a sus vecinos Wellan (Ontario) y Welles, Orson, y que, si nadie lo remedia, sus tropas arrasarán página tras página hasta conquistar la A, matando nombres, violando definiciones y dejando huérfanas a miles de notas al pie por el camino. En circunstancias normales, el desconocido se permitirá cambiar de rostro, raza e incluso género durante la escena, puede que más de una vez si la conversación se alarga. Y, con toda seguridad, cada una de sus formas habrá sido robada inadvertidamente a su legítimo dueño, sea este el repartidor de publicidad de la boca de metro, la vecina a la que espiaste a los 14 años y que todavía ejerce de estrella invitada en alguna fantasía nocturna o ese actor en blanco y negro cuyo nombre jamás te vendrá a la cabeza. Lo mismo podrá aplicarse al vestíbulo del hotel, un compuesto de apropiaciones arquitectónicas tan inestable como las facciones del desconocido. Los sueños tienden a desarrollarse en localizaciones prestas a la demolición, para cuyo uso no has sido autorizado, y de las que hay que huir desordenadamente, sacrificando actores y argumento. Y sin embargo hay vestíbulos, balcones, barriadas enteras que insisten en sobrevivir a la noche, fijándose a tus párpados como el equipaje de los cómicos itinerantes, que arrastraban el mismo parco escenario de una función a otra, de Calderón a Samuel Beckett. Lugares que engarzan sus raíces entre la arena, topónimos enquistados en la más voluble de las geografías.